Por Paula Cervilla y Juan Fabián / Marta Navarro y Cristina Martín
Había una vez la sombra de un hombre que se paseaba por las calles derrumbado de angustia, porque nadie le veía y no podía hacer nada,sólo vagar y vagar aburrido en su soledad. Pero de repente, pasó un hombre frente a él y se dio cuenta que se podía meter dentro de su cuerpo para hacer muchas cosas.
El hombre sólo tenía un fin, huir de su sombra, de su oscura sombra, una sombra fría que no perdonaba y que pensaba coger a ese hombre robusto, alto y esbelto de unos veinte años, pelo moreno como la madera acabado en una montaña donde todo era colores más suaves, ojos cálidos y atrayentes color avellana y piel tostada. Al ver que aquel hombre era el que una vez le traicionó y le abandonó en un agujero negro como la noche y solitario como sí mismo, decidió tomar su cuerpo.
Huyó cuando amaneció, porque se escondía entre la oscuridad y el sol le daba miedo. Se refugió, entonces, en una casa abandonada, donde vio a un niño sentado en una silla. El niño, al verlo tan triste y lleno de oscura soledad, le sugirió que hiciera las paces con su sombra, para volver a ver la luz. Entonces el hombre se fue hacia la cueva de la que fue arrojado, y esperó a que hubiera un eclipse, el momento justo en que se unieran el Sol y la Luna, y que la sombra quedara, por fin, difuminada. Abandonó el cuerpo prestado y, asombrado levantó la cabeza...
El hombre vio el cielo, y luego el reloj que llevaba y se dio cuenta de que quedaban solo diez segundos para que el eclipse colapsara la luz y su sombra se difuminada. La vio a lo lejos. Ocho segundos, la sombra estaba casi a su alcance. Cinco segundos, estaba a dos pasos. Alzó el cuchillo y, tras un tiempo, el cuchillo bajó a toda velocidad y se clavó en el hombre, en su corazón ardiente. Entonces el hombre vio toda su vida por delante, rápido y horrible, pero por último, la sombra muriendo, convirtiéndose en una mujer, la mujer de sus sueños, que moría a la vez que él. Así se murieron, los dos juntos, de la mano, bajo la luz cegadora del eclipse.
Cuando entre la sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,
dime: ¿es que el viento en sus giros
se queja, o que tus suspiros
me hablan de amor al pasar?
Cuando el sol en mi ventana
rojo brilla a la mañana
y mi amor tu sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,
dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón?
Y en el luminoso día,
y en la alta noche sombría,
si en todo cuanto rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,
dime: ¿es que toco y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber?
Gustavo Adolfo Bécquer
Aunque ha habido baches en el camino, nos ha quedado genial.
ResponderEliminarBellísimo cuento, impresionante final cuando mueren los dos de las manos.
ResponderEliminarQue final, La sombra mata al hombre y luego se combierte en la mujer de sus sueños, algo raro, pero super bonito.
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